jueves, diciembre 29, 2016

#Cuentosdenavidad

La Familia
Era un viernes 17 de diciembre, hacía frío como de costumbre en esta época; de costumbre adquirida hacía 6 años, cuando me mudé a vivir a Madrid. Hasta entonces las navidades las pasábamos en Mendoza, con 36ºC de calor, mesas al aire libre, en el porche de la casa de verano de mi abuela, entre pinos centenarios y muchos primos, tíos, hermanos y por supuesto mi abuela, la Coca. Podíamos juntarnos treinta personas. El árbol de Navidad escondía bajo sus ramas decenas de regalos para todos. Mi tío se encargaba de llevar los fuegos artificiales para las doce de la noche, mis tías y mi madre se encargaban de la comida junto con mi abuela, los primos decorábamos las columnas, las puertas, los cuadros, las ventanas y lo que se cruzara en nuestro camino con guirnaldas de plata, oro, verdes o rojas. Un año la pobre perra gran danés ligó una coronita como las nuestras. Eran tiempos de felicidad total.
Ese viernes 17, en Madrid, ya con 32 años a mis espaldas, y la resignación de unas navidades lo más alegres posibles entre amigos expatriados, recibí una llamada de mi tía, o de mi madre, no recuerdo bien. “La Coca está ya muy mal, no creo que salga de ésta”, escuché al otro lado del teléfono. Mi abuela, la gran abuela, la figura de la abuela por antonomasia, la bondad hecha persona, la caridad y la generosidad en su máxima expresión,  la Coca, mi Coca…. “No puedo vivir sin ella, no puede ser, si estaba bien en agosto cuando fui a visitarla”, mis pensamientos negaban la realidad una y otra vez. Después de una hora no lo dudé ni un segundo más, cogí mi pasaporte, compré un billete, avisé a mi jefe y a mi compañera de trabajo, y a las pocas horas puse rumbo a Mendoza.
El calor del aeropuerto “El Plumerillo” me abrazó el cuerpo al día siguiente. Mis primos me fueron a buscar para ir a comer al apartamento de mi abuela. Estaba tan flaca... Cuando se enteró que iba a pasar las fiestas allí de sorpresa se emocionó muchísimo, se vistió y dejó su bastón escondido debajo de la mesa para que yo no lo viera. Ahora pienso en su inocencia, ¿sabría que iba a despedirme y no a pasar las fiestas de sorpresa? Ese mismo año había ido a Mendoza en agosto a visitarla porque el cáncer había aparecido en su cuerpo. No la noté mal, pensé que tenía abuela para rato. Ella nunca supo que tenía cáncer, al menos eso creemos, quizá nos seguía la corriente para no hacernos sufrir. En seis meses el cáncer hizo metástasis en hígado, colon, estómago… ya no quedaba prácticamente nada que esa maldita plaga no hubiera invadido… Pero allí estaba ella, con su camisa azul, sus pantalones holgados, sus pocos pelos recogidos en unos fabulosos rulos, y esa sonrisa siempre abierta y sincera para darme ese abrazo que jamás olvidaré. “¡Mariquita mía, qué alegría verte, cuánto te quiero, estás loca que viniste a vernos!”…  frágil, pero llena de dignidad y alegría. ¿Cómo puede caber tanta bondad en una persona? Nunca perdió los papeles, nunca la oí gritar ni enfadarse, ni criticar, ni quejarse. A la sombra de su amor crecimos sus seis hijos (un hombre y cinco mujeres), sus veintidós nietos, del más grande mi hermano mayor al más pequeño, mi ahijado, y sus primeras dos bisnietas. Y en el ocaso de su vida allí estábamos todos a su alrededor, hasta mi abuelo, el Nono, a quien La Coca besaba todas las noches antes de irse a dormir, aun cuando la morfina ya nublaba su mente y la llevaba a imaginar personas y escenarios muy apartados de su habitación en donde velábamos por ella día y noche.

Pasamos la Navidad y el Año nuevo de 2010 con mucha pena y alegría… Aunque no hubo ánimo para fuegos artificiales, lanzamos al cielo globos de helio con nuestros deseos escritos en papel. Estuvimos todos juntos, honrando la vida de nuestra abuela, honrando el mejor regalo que ella nos pudo hacer: el amor de la familia. 



4 comentarios:

Javier dijo...

Recordar a la abuela Coca en la ultima visita de su nieta Maria en las últimas Navidades me evoca , aunque no la haya conocido en persona, y me inspira agrandar el alma dando mayor sitio a la bondad y generosidad. Tiempo de Navidad es apropiado para renacer con nuevos bríos espirituales.

Federico J. Bensadon dijo...

Ay, amor!

et dijo...

Que regalo tan grande a una abuela!!! Desde tu dolor, (que fue el de muchos), hiciste revivir recuerdos tan lindos de una niñez pura y magica!!! Tu mamá

Unknown dijo...
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