La Familia
Era un viernes 17 de diciembre,
hacía frío como de costumbre en esta época; de
costumbre adquirida hacía 6 años, cuando me mudé a vivir a Madrid. Hasta
entonces las navidades las pasábamos en Mendoza, con 36ºC de calor, mesas al
aire libre, en el porche de la casa de verano de mi abuela, entre pinos
centenarios y muchos primos, tíos, hermanos y por supuesto mi abuela, la Coca. Podíamos
juntarnos treinta personas. El árbol de Navidad escondía bajo sus ramas decenas
de regalos para todos. Mi tío se encargaba de llevar los fuegos artificiales
para las doce de la noche, mis tías y mi madre se encargaban de la comida junto
con mi abuela, los primos decorábamos las columnas, las puertas, los cuadros,
las ventanas y lo que se cruzara en nuestro camino con guirnaldas de plata, oro, verdes o rojas. Un año la pobre perra gran danés ligó una
coronita como las nuestras. Eran tiempos de felicidad total.
Ese viernes 17, en Madrid, ya con
32 años a mis espaldas, y la resignación de unas navidades lo más alegres
posibles entre amigos expatriados, recibí una llamada de mi tía, o de mi madre,
no recuerdo bien. “La Coca está ya muy mal, no creo que salga de ésta”, escuché
al otro lado del teléfono. Mi abuela, la gran abuela, la figura de la abuela por
antonomasia, la bondad hecha persona, la caridad y la generosidad en
su máxima expresión, la Coca, mi Coca…. “No
puedo vivir sin ella, no puede ser, si estaba bien en agosto cuando fui a
visitarla”, mis pensamientos negaban la realidad una y otra vez. Después de una hora no
lo dudé ni un segundo más, cogí mi pasaporte, compré un billete, avisé a mi
jefe y a mi compañera de trabajo, y a las pocas horas puse rumbo a Mendoza.
El calor del aeropuerto “El Plumerillo”
me abrazó el cuerpo al día siguiente. Mis primos me fueron a buscar para ir a
comer al apartamento de mi abuela. Estaba tan flaca... Cuando se enteró que iba a
pasar las fiestas allí de sorpresa se emocionó muchísimo, se vistió y dejó su
bastón escondido debajo de la mesa para que yo no lo viera. Ahora pienso en su
inocencia, ¿sabría que iba a despedirme y no a pasar las fiestas de sorpresa? Ese
mismo año había ido a Mendoza en agosto a visitarla porque el cáncer había aparecido
en su cuerpo. No la noté mal, pensé que tenía abuela para rato. Ella nunca supo
que tenía cáncer, al menos eso creemos, quizá nos seguía la corriente para no hacernos
sufrir. En seis meses el cáncer hizo metástasis en hígado, colon, estómago… ya
no quedaba prácticamente nada que esa maldita plaga no hubiera invadido… Pero
allí estaba ella, con su camisa azul, sus pantalones holgados, sus pocos pelos recogidos
en unos fabulosos rulos, y esa sonrisa siempre abierta y sincera para darme ese
abrazo que jamás olvidaré. “¡Mariquita mía, qué alegría verte, cuánto te quiero,
estás loca que viniste a vernos!”… frágil,
pero llena de dignidad y alegría. ¿Cómo puede caber tanta bondad en una
persona? Nunca perdió los papeles, nunca la oí gritar ni enfadarse, ni
criticar, ni quejarse. A la sombra de su amor crecimos sus seis hijos (un
hombre y cinco mujeres), sus veintidós nietos, del más grande mi hermano mayor
al más pequeño, mi ahijado, y sus primeras dos bisnietas. Y en el ocaso de su
vida allí estábamos todos a su alrededor, hasta mi abuelo, el Nono, a quien La Coca besaba
todas las noches antes de irse a dormir, aun cuando la morfina ya nublaba su
mente y la llevaba a imaginar personas y escenarios muy apartados de su
habitación en donde velábamos por ella día y noche.
Pasamos la Navidad y el Año nuevo
de 2010 con mucha pena y alegría… Aunque no hubo ánimo para fuegos artificiales, lanzamos al cielo globos
de helio con nuestros deseos escritos en papel. Estuvimos todos juntos,
honrando la vida de nuestra abuela, honrando el mejor regalo que ella nos pudo hacer: el amor de la familia.
4 comentarios:
Recordar a la abuela Coca en la ultima visita de su nieta Maria en las últimas Navidades me evoca , aunque no la haya conocido en persona, y me inspira agrandar el alma dando mayor sitio a la bondad y generosidad. Tiempo de Navidad es apropiado para renacer con nuevos bríos espirituales.
Ay, amor!
Que regalo tan grande a una abuela!!! Desde tu dolor, (que fue el de muchos), hiciste revivir recuerdos tan lindos de una niñez pura y magica!!! Tu mamá
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